miércoles, 17 de septiembre de 2008

Texto Muestra fotográfica de Adrian Pezzoli Alianza Francesa

Para visitar Galería ir a www.adrianpezzoli.com.ar


Texto del escritor Mario Trecek, leído en la muestra "Blanca Ausencia"


Mario Trecek
Otoño de 2008

Gran paradoja vemos en las imágenes captadas por Adrián Pezzoli: sugieren lo que omiten, el hombre.
Soy hijo de un vendedor de retratos al óleo, que tomaba con una vieja máquina Astor- Ferrania y por ende con una casa plagada de fotos pequeñas y apócrifas, con esos marcos ovales que todavía se encuentran en los hogares, colgados en paredes familiares donde vemos como extraños a los ancestros, donde uno busca parecidos contemporáneos, y sabe que solo significan para los más viejos un modo de ayudar a la memoria, de recuperar el pasado, que parece tan anacrónico, tan lejano, tendiendo al anonimato.
Siempre encontraremos un material sensible, para dejar la impronta en revelado de nuestro paso por este mundo, para este cometido nos haremos de una máquina fotográfica, que como dice el gran escritor norteamericano Paul Auster, es un instrumento que nos permite “hacer desaparecer el mundo, una técnica para encontrar lo invisible”.
Pero. ¿Qué es lo invisible? ¿Lo desaparecido en estas fotos? El paisaje se entrega sin resistencia, entrega su sentido, porque sabe que así como es inefable, es inaprensible su belleza. Deja hacer al que mira. Sus cristales potencian la iluminación, para que los detalles, en su condición fractal, sean más de lo mismo: blanco y más blanco, y solo el negro como contraste, o algunos tonos del arrebol que le regalan al fotógrafo, para constatar, dejar testimonio que no se trata solo de durar, que desaparecer no es NO existir, sino que solo es quedar fuera de foco.
Este recurso cuasi mágico, esta artificialidad de la desaparición, de sacar de escena, de no estar en pose, juega una trayectoria del deseo, busca una forma secreta del enigma, traza una trocha angosta para que la ilusión de estas pocas almas que viven, trabajan, aman en las Salinas Grandes, no descarrile, aunque a veces su lágrimas, aportan más de lo mismo al paisaje. Es que la sal tiene mala prensa, pero ella también es bendición, sinónimo de amistad, de perdurabilidad, de permanencia, de estabilidad.
Estas fotos de Pezzoli logran del flujo continuo de imágenes, “atrapar los fantasmas disueltos de la luz” como dice el escritor ingles, radicado en los Alpes franceses, John Berger, amigo de Bresson. Es apiadarse de las estatuas de sal de seres que no cometieron ningún exceso ni en Sodoma, ni en San José, ni en Lucio V, ni la desierta Totoralejos, pero como Lot, miran lo indebido, en este caso, la injusticia tanto divina como humana, que no siempre condimenta igual el menú de los almuerzos.
Estas fotos trabajan la memoria, presentisan lo ausente, lo ponen a resguardo, lo recuperan volviéndolo herramienta de una historia de vida colectiva, que ese fantasma, desaparece y aparece con sus sábanas salobres, ahuyentando la víbora del salar, que rumorea a los oídos de los obreros, que no basta el pico, la horquilla, y la pala para la cosecha, que la ambición de algunos enceguece como el sol, como la sal.
Estas fotos poseen un aura, que no es resplandor de los nitratos, sino que es la trama que nos permite conjeturar acerca del espacio, del tiempo, aparecer y desaparecer, jugar con la mirada, aproximar con la lente el objetivo, que a veces no es el objeto, porque no es cierto que estas fotos son solitarias, sino que solo carecen de animación.
Ellos, los pocos habitantes, no están en la foto, pero sí en el paisaje, se incorporan al memoria social no como sustitutos, mero espectáculo, producto de una búsqueda de aficionado con veleidades estéticas, y menos como factor funcional a la pesquisa de un reportero, sino que estas imágenes se constituyen bellamente en un sistema radial con diversos abordajes, donde el que cobra el salario, puesto a contemplar su hábitat, su espacio vital, “sin sal no hay trabajo ni dinero” dicen, nos invita a un juego dialéctico entre los hombre naturales y los hombres culturales, resolviéndolo no sin contradicciones.
Hay una frase bíblica que ordena (sal) ir y convertirse en la sal de la vida. Habrá que no escindir este verbo, sino sostenerlo como acción, salir, al espacio abierto del inmenso salar cordobés, boyar con la mirada, volver ingrávido nuestro cuerpo, ensimismarse, reflejarse, reflexionar en la luna de sal, y quedarse quieto, para la foto social, pero no la del pajarito y la sonrisa impostada, tampoco la de robar el alma, sino Social, porque compromete la mirada.
Allí estará Adrián Pezzoli, que atrapará con una instantánea a alguien que con buen augur para los desaparecidos, se aleje del paisaje, arrojando un puñado de sal a sus espaldas.