jueves, 27 de agosto de 2009

Arde Troya

Arde Troya y nosotros sin un matafuego.

Desde niños nos fascina jugar con fuego. Las fogatas de San Juan y San Pedro producían lenguas naranjas que competían con las de Roma incendiada por Nerón. Me sugestionaba cuando pequeño un cristo con el corazón en llamas. ¿Será ese fuego interior, esa llamita inquisidora la que llevó a Giordano Bruno a la hoguera por adherir a los pensamientos de Copérnico y Pitágoras? Los Aztecas ya adoraban a Tonatiuh -el calendario era un sol- sin embargo a Giordano lo asaron en la pira sacrifical en el 1600 por hereje después de 7 años de tortura. Esto sucede en aquel cuento de Julio Cortázar “Todos los fuegos el fuego” donde historias paralelas se van yuxtaponiendo en un triángulo amoroso, donde un fósforo prende la mecha del deseo y no habrá bombero voluntario que lo pueda apagar, dando lugar a la anarquía. Bakunin decía: hay que estimular “el destructor” porque da paso a todo lo nuevo y el viejo Heráclito que nos habló del río y de agua que fluye, considerándolo agente transformador.
¿De donde viene esa pulsión que tienen algunos piromaniacos a destruirlo todo, de prender fuego intencionalmente los pastizales como hace días sucedió en Tancacha quedando cubierto de ceniza o en la ruta a Córdoba? Son como aquel Peter Kien de “Auto de fe” novela de Elías Canetti, donde un paranoico está tan preocupado por su biblioteca, que finalmente tendrá la suerte de la de Alejandría
El fuego fue culpable de frustrar nuestro No lugar al decir de Mac Luhan. El Paseo Centro de Compras era nuestro shoping, nuestra veleidad de ciudad posmoderna y ni hablar de la “llama culpable” que Ana Gritti descalificó como posible iniciadora de la furia del trotyl en aquel tambor de la Fábrica Militar en 1995. Los riotercerenses somos “Iluminados por el Fuego” como la película de Malvinas y estamos en “La guerra del fuego” de Jean Jaques Annaud, donde la mujer protagonista sabe utilizarlo no solo para el arte culinario. Ellas niegan el destino de Juana de Arco, porque las llamas NO purifican.
En 1981Teatro Abierto generó un espacio de resistencia y lucha contra los últimos estertores de la dictadura. El Picadero fue incendiado. Luego vendría el escándalo de Cromañon. A los argentinos nos gusta jugar con fuego, como ese niño que inexplicablente montado a caballito en los hombros de su padre, adentro del paraíso de Omar Chaban, sostenía una bengala en sus manos y las llamas entonces no fueron símbolo de civilización, de hornalla, de calor, sino de destrucción y muerte “callejera”.
Hay sequía. Lo “flogisto” es decir el “espíritu” de arder nos pone cola de paja. Vemos un “Fragata” o “Patito” y rajamos, no queremos participar en la “Danza ritual del fuego” de Manuel De Falla, porque cuando nos metemos con gitanos, hasta los brujos bailan y Harry Potter esconde el Cáliz por las dudas.
Prometeo traicionó a Zeus para dar el fuego a los hombres y terminamos siendo horribles, rengos, expulsados del Olimpo, arrojados a la hoguera de las vanidades como Hefesto, productores del calentamiento global. Estamos en el horno a “Fuego lento” canta Rosana Nuestro ánimo está tan crispado que nos ponen una cerilla y nos transformamos en dragones. La mala onda se nos pega como hollín. Tan persistente que se adhiere a la piel como un recuerdo. Nuestros bomberos lo saben y lo rememora Diana Carra, cuando el flaco Berrino venía después de un operativo tiznado hasta los pelos. Ese olor, ese olor no lo elimina ni un chorro criogénico ni el jabón Federal ni el tiempo.
En 1990 en la revista Humor Ulises Butrón explicaba porque le puso a su grupo “La guardia de fuego”: El fuego es lo potente y guardia porque quiero cuidar esa condición. Hoy canta el líder de Intoxicados, Fuego, fuego quiero fuego, estamos enfermos, enfermos, perdónennos y en vez de llamar al 100, cantamos con Ricky Martín, Fuego contra fuego y ringtones del Grupo Llamarada o de las llamas que llaman.
Cronopios ¿Uds. saben cual es el colmo de un bombero? No es tener una hija manguera y un hijo chorro, ni vivir en Tierra del fuego leyendo la novela de Silvia Iparaguirre, sino pretender apagar nuestro amor propio con un autobombo.

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